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María, de Jorge Isaacs - antología.

Publié le 02/06/2013

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María, de Jorge Isaacs - antología. La novela del escritor colombiano Jorge Isaacs, María, es el ejemplo más puro de la literatura regionalista latinoamericana. A través de la historia de amor entre María y Efraín, el autor ahondó en la realidad americana. El fragmento recoge la muerte de la protagonista Fragmento de María. De Jorge Isaacs. Capítulo LXII. En la mañana que siguió a la tarde en que María me escribió su última carta, Emma después de haberla buscado inútilmente en su alcoba, la halló sentada en el banco de piedra del jardín: dejábase ver lo que había llorado: sus ojos fijos en la corriente y agrandados por la sombra que los circundaba, humedecían aún con algunas lágrimas despaciosas aquellas mejillas pálidas y enflaquecidas, antes tan llenas de gracia y lozanía: exhalaba sollozos ya débiles, ecos de otros en que su dolor se había desahogado. --¿Por qué has venido sola hoy? --le preguntó Emma abrazándola--: yo quería acompañarté como ayer. --Sí --le respondió--; lo sabía; pero deseaba venir sola: creí que tendría fuerzas. Ayúdame a andar. Se apoyó en el brazo de Emma y se dirigió al rosal de enfrente a mi ventana. Luego que estuvieron cerca de él, María lo contempló casi sonriente, y quitándole las dos rosas más frescas, dijo: --Tal vez serán las últimas. Mira cuántos botones tiene: tú le pondrás a la Virgen los más hermosos que vayan abriendo. Acercando a su mejilla la rama más florecida, añadió: --¡Adiós, rosal mío, emblema queri...

« al lecho de la moribunda.

Mi madre y mis hermanas, Luisa, sus hijas y algunas esclavas se arrodillaron para presenciar la ceremonia.

El ministro pronunció estaspalabras al oído de María: —Hija mía, Dios viene a visitarte: ¿quieres recibirlo? Ella continuó muda e inmóvil como si durmiese profundamente.

El sacerdote miró a Mayn, quien, comprendiendo al instante esa mirada, tomó el pulso a María,diciendo en seguida en voz baja: —Cuatro horas lo menos. El sacerdote la bendijo y la ungió.

Los sollozos de mi madre, mis hermanas y las hijas del montañés acompañaron la oración. Una hora después de la ceremonia, Juan se había acercado al lecho y se empinaba para alcanzar a ver a María, llorando porque no lo subían.

Tomólo mi madre en susbrazos y lo sentó en el lecho. —¿Está dormida, no? —preguntó el inocente reclinando la cabeza en el mismo almohadón en que descansaba la de María y tomándole en sus manitas una de lastrenzas como lo acostumbraba para dormirse. Mí padre interrumpió esa escena que agotaba las fuerzas de mi madre y los asistentes presenciaban contristados. A las cinco de la tarde, Mayn, que permanecía a la cabecera pulsando constantemente a María, se puso en pie, y sus ojos humedecidos dejaron comprender a mipadre que había terminado la agonía.

Sus sollozos hicieron que Emma y mi madre se precipitasen sobre el lecho.

Estaba como dormida; pero dormida para siempre...¡muerta! ¡sin que mis labios hubiesen aspirado su postrer aliento, sin que mis oídos hubiesen escuchado su último adiós, sin que algunas de tantas lágrimas vertidaspor mí después sobre su sepulcro, hubiesen caído sobre su frente! Cuando mi madre se convenció de que Maria había muerto, ante su cadáver, bañado de la luz de los arreboles de la tarde que penetraba en la estancia por unaventana que acababan de abrir, exclamó con voz enronquecida por el llanto besando una de esas manos ya fría e insensible: —¡María!...

¡hija de mi corazón!...

¿por qué nos dejas así?...

¡Ay! ya nunca más podrás oírme...

¿Qué responderé a mi hijo cuando me pregunte por ti? ¿Qué hará,Dios mío?...

¡Muerta! ¡muerta sin haber exhalado una queja! Ya en el oratorio, sobre una mesa enlutada, vestida de gro blanco y recostada en el ataúd, mostraba en su rostro algo de sublime resignación.

La luz de los ciriosbrillando en su frente tersa y sobre sus anchos párpados, proyectaba la sombra de las pestañas sobre las mejillas: aquellos labios pálidos parecían haberse heladocuando intentaban sonreír; podía creerse que alentaba aún.

Sombreábanle la garganta las trenzas medio envueltas en una toca de gasa blanca, y entre las manos,descansándole sobre el pecho, sostenía un crucifijo. Fuente: Isaacs, Jorge.

María .

Edición de Donald McGrady.

Madrid: Ediciones Cátedra, 1986. Microsoft ® Encarta ® 2009. © 1993--2008 Microsoft Corporation.

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