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Fidel o Castro

Publié le 16/02/2015

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Los tangos de Carlos Gardel Hasta donde recuerdo, mi vocación por la música sereveló en esos años por la fascinación que me causaban los acordeoneros con sus canciones de caminantes. Algunas las sabía de memoria, como las que cantaban a escondidas las mujeres de la cocina porque miabuela las consideraba canciones de la guacherna. Sin embargo, mi urgencia de cantar para sentirme vivo me la infundieron los tangos de Carlos Gardel, que contagiaron a medio mundo. Me hacía vestircomo él, con sombrero de fieltro y bufanda de seda, y no necesitaba demasiadas súplicas para que me soltara un tango a todo pecho. Hasta la mala mañana en que la tía Mama me despertó con la noticia deque Gardel había muerto en el choque de dos aviones en Medellín. Meses antes yo había cantado « Cuesta abajo » en una velada de beneficencia. Y canté con tanto carácter que mi madre no se atrevió acontrariarme cuando le dije que quería aprender el piano en vez del acordeón repudiado por la abuela. Aquella misma noche me llevó con las señoritas Echeverri para que me enseñaran. Mientras ellasconversaban yo miraba el piano desde el otro extremo de la sala con una devoción de perro sin dueño, calculaba si mis piernas llegarían a los pedales, y dudaba de que mi pulgar y mi meñique alcanzaran paralos intervalos desorbitados o si sería capaz de descifrar los jeroglíficos del pentagrama. Fue una visita de bellas esperanzas durante dos horas. Pero inútil, pues las maestras nos dijeron al finalque el piano estaba fuera de servicio y no sabían hasta cuándo. La idea quedó aplazada hasta que regresara el afinador del año, pero no se volvió a hablar de ella hasta media vida después, cuando lerecordé a mi madre en una charla casual el dolor que sentí por no aprender el piano. Ella suspiró : -Y lo peor - dijo - es que no estaba dañado. Entonces supe que se había puesto de acuerdo con las maestras en el pretexto del piano danado para evitarme la tortura que ella habia padecido durante cinco anos de ejercicios bobalicones en el colegio de la Presentacion. Gabriel Garcia Marquez, Vivir para contarla, 2002 De héroes y birrias A menudo la gente me pregunta quiénes han sido los individuos más interesantes de los cientos de personajes famosos que he entrevistado, y siempre contesto lo mismo: salvo excepciones, los tipos anónimos son mucho más atractivos que los importantes. Ahí,...
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« rescatador chileno que descendió el primero en la cápsula Fénix II hasta encontrarse con los 33 hombres atrapados debajo del desierto de Atacama.

Tiene 46 años, es un experto en perforación vertical y lleva doce años trabajando como rescatador de mineros.

Seguro que en ese tiempo ha pasado por momentos angustiosos y peligrosos.

Por trances quizá más duros que este último.

Pero, claro, no tenía a medio planeta contemplando su proeza en directo. En cualquier caso, ese hombre modesto descendió el primero, probó la viabilidad de la cápsula con su propia vida, se quedó ahí abajo durante 25 horas y, lo que todavía me parece más angustioso, salió el último.

Héroe es aquel que hace lo que debe en una situación ante la que la mayoría de las personas encontrarían excusas razonables para no hacerlo.

Por eso el héroe de verdad ni se da cuenta de que lo es: solo cumple con el papel que le ha tocado.

Cuando Manuel González llegó abajo y se reunió por fin con los mineros, el planeta entero esperaba con avidez mitómana sus primeras palabras.

Y lo que dijo fue: "Estoy feliz de la vida, pero cagao de calor".

Ah, qué pequeños son los héroes de verdad: y es justamente esa pequeñez lo que los hace grandes. Se preguntarán qué tiene que ver todo esto con los birriosos mofletes de goma de Berlusconi.

Pues verán, a mí me parece que bastante.

Entre esos dirigentes tan famosos y esos rescatadores usualmente ignorados que se meten en las tripas de las minas, me parece atisbar una línea metafórica que define la condición humana.

Arriba, en lo alto, la artificialidad y la impostura.

Abajo, en los subterráneos cotidianos, la autenticidad de lo real.

Rosa Montero, El pais Semanal , 28/11/2010 Fidel O Castro Fidel o Castro – su nombre depende de afinidades y odios – ha sido una presencia ineludible desde que entro triunfalmente en La Habana con su ejercito de barbudos, cargando sobre sus hombros verde olivo las esperanzas revolucionarias de todo el orbe […] Entre el Fidel de 1959 y el Castro del 2009 median cinco decadas de aventuras y desdichas propias de una gran novela latino americana, de esa novela epica y terrible que, hélas su amigo Gabriel Garcia Marquez no va a escribir.

Estamos demasiado acostrumbrados a su presencia, a saber que siempre ha estado alli, como un buen padre o como un padre atroz, para reparar en el carácter demencial y frenetico de su itinerario: encabezar el primer triunfo revolucionario en America Latina; encarnar al lado del Che, un mito inextinguible; asumirse como un héroe intachable y luego, con el tiempo, intuir su propia decadencia; y sobre todo, atestiguar la insolita caida del Muro, el lamentable derrumbe de la Union Soviética y sobrevivir como si nada, acomodado en sus laureles, dispuesto a conservar su regimen en formol, a defender la isla como si fuera una isla, un ultimo reducto, un ultimo bastion.

De que ? De su orgullo? Impresionante, tremenda, dolorosa historia.

Aun cuando Fidel Castro ya no habra de marcar el destino de America Latina en el. »

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